Las sardinas son tan al mar, que pocos peces pueden reflejar el sabor vivo de sus aguas como el pequeño pececillo plateado. Son alimento predilecto de una gran cantidad de depredadores marinos, cuyo sentidos del olfato les guía por esa delicia, además de ser un pez básico en la cadena alimenticia, entre organismos pequeños (planctón) así como depredadores más grandes: atún, peces de pico, dorado, carite, sierra, pez vela.
En un apartado especial están los delfines, que en su caso, no tienen sentido del olfato, pero la intuición nutricional les orienta a su predilección.
Su sabor es el cielo: asadas a las brasas, el paraíso.
Desde que es puesta sobre un pincho o una parrilla sobre las brasas, el aroma se fusiona por aceites que derraman poco a poco de la sardina, el paraíso de aromas comienza, justo ahí, cuando la grasa toca la brasa viva y ambos, se fusionan en una espiral de exquisitos olores a mar y rescoldo.
Al probarles, das testimonio a la extravagancia de su sabor. Pocos platillos reflejan ese sabor tan refinado del mar.
Pero su experiencia en paladar es intensa, salada por la naturaleza del mar, por lo que un vino ideal para lavar la boca es imprescindible. La selección ha sido atinada. Le hemos maridado con un vino boutique, de un viñedo pequeño pero de gran cuidado, una de sus virtudes, sus caldos son diseñados por uno de los mejores enólogos del mundo: Raúl Pérez Pereira. El vino blanco de uva Albarin, que produce para la casa Pricum de bodegas Margón, viñedo localizado en pajares de los Oteros, León España. Un vino de notas amarillas con toques verdosos, sedoso, pero fresco e intenso, que nos lleva a la boca: manzana, aromas tropicales, frutos cítricos y lo más determinante para este maridaje, donde las brasas son parte importante del sabor, es un toque de madera, gracias a la fermentación en fudres de madera y más tarde, su crianza en barricas de roble francés.
Sardina y vino, se regalan mutuamente para obsequiarnos en boca y alma, una experiencia inolvidable.
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